Cualquier flor, antes de desplegarse y ofrecernos su delicada belleza empieza su camino totalmente replegada, prietos sus pétalos, necesitados de los cuidados para poder expandirse. No podemos forzar su apertura: todo llega a su debido tiempo, es, simplemente, Ley.
Así ocurre en el ser humano: llegamos a este mundo totalmente replegados, blandos nuestra estructura ósea, sin tono nuestros músculos, algunos órganos necesitados de su desarrollo hasta poder valerse por si mismos para poner en marcha la maravilla potencialidad que somos.
El hecho de que nuestra edad de «emancipación» se date oficialmente alrededor de los 18/21 años no es casual. Proviene de la sabiduría ancestral, la memoria colectiva, que reconoce que a partir de esa edad somos adultes : el capullo humano se ha abierto y puede empezar su propio camino: hemos alcanzado nuestra AUTONOMÍA. Y esta se ha construido a través de nuestras interacciones con el entorno. Como podemos apreciar es un camino lento: 20 años aproximadamente…
Durante nuestro primer septenio, se construyen nuestras respuestas al medio A PARTIR DE EXPERIENCIAS CORPORALES QUE A SU VEZ CREAN CONEXIONES ENTRE NEURONAS, ELABORAMOS UNA MANERA DE PENSAR Y DE INTERACTUAR a partir de experiencias a través de nuestro cuerpo. «Automatizamos», pues es lo que nos parece «normal», «así se hace en casa», «así se comunica», «así nos tratamos». Todas estas prácticas y enseñanzas construyen nuestro «modus vivendi. También se define nuestra percepción del Amor. Todas las criaturas nacemos con la certeza de que nuestros vínculos de apego nos aman y que cómo nos tratan es amor… Muy loco…. Nuestro cerebro hace las primeras conexiones sinápticas y estas se vuelven las grandes «autovías», los caminos más rápidos y sencillos que conocemos, aunque sean dolorosos, pudiendo llegar a ser crueles, nosotres pensamos que eso es amar, porque así nos lo enseñaron, a través de la vivencia cotidiana. Hoy sabemos que nuestro cerebro tiene capacidad de cambiar a lo largo de la vida ese mapa que construimos en la primera infancia, es la capacidad de plasticidad neuronal. Y la mejor manera de cambiar la respuesta sináptica es que el cuerpo se involucre y reciba otras interacciones con el entorno: si lo cambias en el cuerpo, lo cambias en el cerebro. Mágico.
Los estudios que inició EMMI PICKLER han dejado muchas escuelas que nos hablan de los factores claves para el desarrollo de la autonomía en el ser humano, una de las especies que durante más tiempo necesita de sus cuidadores. Acercarnos a estudiar estos factores nos ayuda a comprender el porqué algunes no alcanzamos el grado de madurez, la autonomía, la capacidad de decisión, y por supuesto la capacidad de amar, aunque tengamos la edad oficial. Estoy convencida que el profundo deseo del ser humano es deplegar su potencial amoroso: dar y recibir amor.
El trato que recibamos en esos primeros años queda impreso en la memoria celular para toda la vida, sea este adecuado o no para nuestra «óptima floración». Y muchas veces esto se debe a que hemos sido forzados a hacer cosas antes de que tuviéramos la capacidad de hacerlo: entramos al mundo de la aceleración. Empezamos a vivir desde la prisa. Prisa por crecer, prisa por hacer, prisa, prisa, prisa, multiplicándose más y más, creciendo exponencialmente…. Bienvenides a la sociedad del estréss. Poco tiempo para los procesos de crecimiento… No es casual que suframos de sobre estrogenización, la hormona del crecimiento…
Vivimos en constante aceleración, cuanto más rápido mejor es la consigna, con lo cual no estamos «presentes», físicamente presentes: el cuerpo desconectado de la mente, no hay tiempo para el desarrollo. Así, pensamos algo y hacemos distinto, porque no estamos sincronizados en cuerpo y mente. Nuestra mente es tan veloz que el cuerpo no llega… Por ello sufrimos, nos duele constantemente.
Durante el tiempo de confinamiento, en el que se ha hablado tanto de la necesidad de cambiar de paradigma, de soltar el estress, la prisa, el consumismo, se nos ha abierto la posibilidad de entrar en ese desaceleramiento mental, hemos tenido más tiempo para el cuerpo pero ¿Porqué nos cuesta tanto a atender este deseo?
Quizás las respuestas sean múltiples:
La primera, que estamos tan «automatizados» que ya no sabemos hacerlo, no sabemos parar la mente, por eso es urgente re educarnos, hacer algo que nos viene de nacimiento: meditar, contemplar….
La segunda es que cuando paramos la mente, nos encontramos muchas veces con un cuerpo cansado, agotado de i r de aquí para allá sin ton ni son, siguiendo a una mente contaminada, enferma, no tiene fuerza vital: necesita descanso, cuidado.
Lo tercero es que hemos perdido la verdadera definición del «cuidado». Descansar es para nosotres, tumbarnos a la bartola, en un sofa, cama o similar y adormilarnos viendo alguna serie, revisando las redes sociales, llamando a algun conocido, todo menos entrar en esa profundidad que es la presencia. A mucha gente, nos aterra la presencia, encontrarnos con nosotros mismos. La soledad.
La invitación es sencilla: atrevernos a entrar en ese lugar desde la simplicidad. Desconectar todo lo que sea tecnología y entregarse a «habitar el cuerpo, dialogar con él, restarle atención cariñosa, cómo quien habla con un ser muy amado que hace mucho que no ha visto, con esa alegría del reencuentro, esa curiosidad por saber de él.
El simple hecho de empezar por prestar atención a nuestra postura, despertar zonas dormidas, apaciguar otras demasiado activas, nos hace sentir más «habitados», más «encuerpadas», más presentes. Nuestra conciencia no vaga por ahí, está EN nosotras. Y podemos mandar mensajes amorosos, saludos de «que bien que volviste» a esas zonas ausentes, acariciar nuetras partes más tensas, en definitiva darnos un tiempo de cuidado real. No descansamos viendo una serie ni chateando, aunque estemos tumbados: eso es sendentarismo.
Al realizar estos pequeños actos, se van descubriendo placer en cosas pequeñas y te aseguro que esas nimiedades son inmensamente poderosas, te sanan muy rápido y cambian tus relaciones externas.
Buscaremos enseguida vibraciones relacionales parecidas. Esto explica porqué cuando empezamos un trabajo de conciencia corporal profundo, que añade trabajo reflexivo, sentimos la necesidad de alejarnos de algunos lugares y/o relaciones que fueron «de toda la vida». Al cambiar adentro, cambiamos afuera.
Al cuerpo le gusta el placer, responde, aprende y rectifica muy rápido cuando le ofrecemos un camino placentero.
Prueba sin olvidar que si tú cambias, todo cambia. Eso también es Ley.
Podemos hacer mucho más de lo que creemos para cambiar paradigmas, y no hace falta irse tan lejos: empezar por la propia casa es todo un mundo…