¿QUÉ ME PASA, DOCTOR, QUE NO TENGO PAREJA Y ESTOY BIEN?

Hace ya mas de diez años que no tengo pareja, ni apenas amantes. ¿Qué me pasa doctor? ¿Es algo grave? Le pondré en tesitura para que entienda de lo que hablo y a ver si tiene algún diagnóstico que darme…


«Tengo una tía a la que adoro (realmente adoro a todas mis tías) que se ha casado tres veces. Yo le digo que es nuestra Liz Taylor. En todas las ocasiones la familia fue invitada a los que puedo llamar bodorrios sin ofender a mi tía, porque así los llamamos: bodorrios, bodas a lo grande, la casa por la ventana, guapas, guapos, y guapes (sí, sí tenemos no binarios declarades y aceptades). Ceremonias de «contigo pan y cebolla», «hasta que la muerte nos separe», la gente llorando durante los votos, comidas de no me cabe ni una gamba más pero voy a probar el chuletón; vino blanco, vino tinto y más vino y gintonics y cubatas y bailes tipo Paquito el Chocolatero que me disloco y me meo de tanta risa; primas, abuelas, maridos rebosantes de esa alegría etílica, celebrando la vida. En fin, pues eso: bodorrios. Así hemos celebrado las bodas de mi tía y de los miembros de la familia que han optado por casarse, que son, casi todas y todos: esta es mi raíz, y sabe doctor, la raíz tira fuerte, por muy moderna que una se crea.

Por mucho que haya defendido mi autonomía, por muy feminista radical que me nombre, debo de admitir que hay algo en estas experiencias que me pone absolutamente cachonda, no lo puedo remediar, debo tener sangre gitana corriendo veloz por mis venas porque todo lo que sucede en estos encuentros me resulta absolutamente litúrgico, es la Vida celebrándose a si misma, exuberante, exultante, exaltada. Una de estas celebraciones familiares viene a ser como estar metida durante unas horas en una película de Kusturica, porque nos sale gritar, llorar, reír, romper copas nos encanta y hemos tirado vajilla vieja desde los balcones para desprendernos de lo viejo, sólo nos falta tirar una lavadora por la borda, quizás en la próxima generación, aunque es una pena que vayamos perdiendo cierta tradición festiva…


Yo creo que si he fantaseando alguna vez con casarme ha sido porque una parte de mi inconsciente quiere vivir como total protagonista un fiestón de estos: yo, apareciendo en la iglesia con vestido blanco impoluto y terminando la noche descalza, sudada, arremangada, manchado el traje de novia de vino y polvo, después de haberme revolcado por el suelo con mi novio como punto colofón al baile que no sería un vals, más bien un regaetton de Ivy Queen, estas cosas intensas, de altas o bajas pasiones, según desde dónde lo mires. voy a tener que plantearme un acto de psicomagia con todo este tema…


Mi tía primero se divorció más o menos amistosamente, a la segunda se quedó viuda y en la tercera volvió a divorciarse pero esta vez muy cabreada. Después de tantos periplos dijo que no se casaría más y entonces, a partir de los sesenta y tantos, pasó a tener «novio»: ya sabes, aquel hombre que te adora, te regala de todo, te lleva a bailar (o mejor dicho lo llevas tú), te vigila, (perdón, «te protege según los cánones románticos»)… Actualmente va por el cuarto o quinto, no sé, he perdido la cuenta, pero adoro a mi tía, ya lo dije, admiro esta apuesta sempiterna por ser feliz con otro, esta cosa de volver a intentarlo. Le deseo realmente lo mejor. Pero a mí no me sale, y mira que vengo del mismo linaje, y es que debo de ser el «zigoto equivocado», como dice la doctora Pinkola Estés en su imprescindible «Mujeres que corren con lobos». (aquí te dejo un enlace para leerlo online, aunque te sugiero honrar a esta mujer con la compra del libro)

¿Pareja sí, pareja, no?

Vivo una dicotomía respecto a la pareja: por un lado creo en ella, de verdad. Hay algo que me encanta, una idea romantizada seguro, ese cuento que me dice que el amor de pareja puede durar y madurar, crecer y moldearse y todo eso con la misma persona… Y lo veo, tengo parejas alrededor que han sobrevivido a múltiples vicisitudes y ahí están. Yo siento cierta envidia, o nostalgia, o no sé muy bien pero la creencia de que «necesitamos pareja», arraigada en la psique de casi todo quisqui, sigue tirando de mí en ciertas horas de incertidumbre…


Por otro lado me resulta incómodo negociar con alguien todo el rato. Qué verbo tan raro para el amor: negociar, pero que importante. Como dice Marcela Lagarde, el contrato con el otro o la otra, o el otre, (quién sabe a estas alturas), es algo a revisar constantemente, día a día, y eso es lo que me parece cansino aunque admito que también me parece maravilloso sentarse cada día a dialogar, enredarse en alguna discusión, tomar decisiones consensuadas, silenciarse por un rato, tal vez gritar, llorar, y decirse al final «Sigamos». Después celebrarlo con una dosis de buen sexo que va mejorando en cada sesión. Pero realmente, en los tiempos que corren ¿esto existe en parejas heterosexuales?


Curioso cómo al escribir este post me van apareciendo realidades hasta ahora no del todo habitadas… Y es que me doy cuenta de que quitando el sexo, negociar la convivencia amorosamente lo he conseguido con mi hije que vive conmigo y con mis amistades. No tenemos sexo pero sí buenas dosis de cariño, de abrazos, de apoltrones en el sofá, de carcajadas, algo que no puede faltar en el amor: ternura, confianza mutua, honestidad, emocionalidad y reciprocidad….


Hace unos días vi la versión de «Mujercitas» dirigida por Greta Gerwig, la directora de la Barbie. Es mucho mejor película que la tan publicitada historia de la muñeca. Hay una escena en la que Joe contesta una frase al mozo que le pide que se case con ella: «Estás enamorado de mí ahora, pero si nos casamos yo cambiaría, me perdería y entonces dejarías de amarme». He pensado muchas veces de esta manera, doctor, es la parte salvaje de las que nos nombramos mujeres que SABE que si se entrega a la pareja tiene dos opciones: o acepta la domesticación o se pasa el tiempo siendo la parte diplomática que trae el trabajo de negociación a la mesa… Agotador, doctor. Hay mujeres que les encanta ese papel, pero a mí no me sirve y me pregunto si existen hombres que realmente estén dispuestos a convivir con una mujer salvaje.


A mí el modelo pareja hasta ahora no me ha ido demasiado bien doctor… Creo que me perdí en la pareja y más que negociar acabé consintiendo más de lo que realmente deseaba, o batallando, me cuesta eso de ser diplomática, me hierve la sangre, me llevan las emociones.


He tenido cinco parejas en mi vida. La primera vez yo tenía 16 años y él dos más. Era el más guapo de la clase, el más deseado del instituto. Me llevaba en su moto a recorrer aquellos parajes que él elegía, hacíamos sobre todo «sus» cosas y en principio me gustaba ser «la elegida» pero al final me empecé a aburrir y él también. Años después llevábamos años sin vernos, me invitó a su boda, muy sosa por cierto, comparada con las de mi tía. No entendí nunca porqué la invitación.


Me pasó parecido con los dos siguientes, que no teníamos mucho que ver, y durante un tiempo me sentía enamorada por lo nuevo pero luego…pluf… dije adiós muy buenas con bastante facilidad.


Luego conocí a un hombre y supe con certeza que iba a ser el padre de mis hijes. Tengo, doctor, a veces, revelaciones que se instalan con tal fuerza que no puedo dejar de atender. Y así fue en esta ocasión. Tuvimos dos criaturas. Creo que de lo que me enamoré fue del hecho de ser madre, de tener familia, de jugar a papás y a mamás, pero cuando nuestro segundo hijo tenía unos cuatro años, algo se fue deshilachando. Sigue siendo uno de mis mejores amigos, nos une el mantener una negociación amorosa y constante por el hecho de compartir hijes. De no haber sido así, quién sabe si hubiéramos mantenido el hilo.


Sin haber todavía cerrado la anterior relación me enamoré del hombre que sentipensé «me casaría con él», que cosa las certezas que te sugieren el corazón… Me encantaba su compañía, la posibilidad de un futuro rebelde conjunto, me abrí al sexo, descubrí la potencia de la sexualidad compartida. Esto era algo nuevo: llegué tarde al buen sexo con un hombre, pero llegué, eso está bien.


Resultó ser que le gustaban otras, que tenía la idea de estar en firme con una y a la vez mariposear y probar néctares de otras vulvas. Lo puedo entender, sería genial llegar a ese punto poliamoroso, pero yo no pude con ello, y mira que lo intenté. No le reprocho nada, él fue sincero desde el minuto uno, aunque luego me mintiera como un bellaco una y otra vez. Quizás el problema fuera que a mí personalmente probar distintas vergas no me atraía porque, con todos los deseos que tenía por cumplir, tener una me parecía más que suficiente. Creo que una relación como la que este hombre me propuso funciona si ambas son mariposas que vuelven a casa. La cosa es que, en vez de optar por esa posibilidad, adopté el papel de sufrida esposa (sin serlo) que debía pertenecer a alguna ancestra mía que me pasó el relevo a ver cómo solucionaba este temazo para traer nuevo orden a mi linaje y madre mía, lo que costó soltar el rol…


Total, que fin de la quinta historia. Ahora soltera y cumpliendo sueños.


Desde entonces, nada doctor, no me sale ni novio, ni marido, ni tan siquiera amante. Y es que tampoco me pongo a ello oye, no «busco», y es que no tengo tiempo. No me van ya los bares, y menos los lugares virtuales en los que con un dedo puedes ir escroleando hasta encontrar un match. No los critico. Si a alguien le sirve pues adelante, pero es que a mí no me pone. Y sexualmente me va bien conmigo ahora mismo.


Sin embargo, doctor, hay días, bueno, horas, apenas minutos, en los que me entra una especie de miedo a «morir soltera», es verdad. Tengo, durante ese corto lapso de tiempo, miedo a que nadie me vuelva a «amar» como se supone que ama una pareja: distinto a todos los demás amores, más fuerte, más especial… Pero, ¿es que sabe lo que me pasa doctor?, que dudo que una pareja me cuide más que la red que hemos ido creando por aquí. Esta es la verdadera revolución feminista, creo que esto es algo que las mujeres estamos poniendo en práctica: nos interesa la tribu mas que la pareja.


Y realmente hoy en día, más que «Amarme» con esa especie de mayúscula especial que no entiendo, lo que me interesa es otro tipo de amor, algo así como mi amiga que me pregunta qué tal mi primer día de vuelta al curro, o la vecina que viene a comer, o los amigos que nos echamos una mano para arreglar el camino comunal, o el colectivo activista en defensa de nuestro territorio con el que vamos aprendiendo a hablarnos desde la diferencia encontrando lugares dónde sí sentimos y pensamos igual, personas todas ellas, que si llegara el caso , sé que me cuidarán, lo mismo que haré yo por ellas, ese el amor que siempre quise vivir y que por fin estoy negociando día a día, resolviendo los conflictos que aparecen con la certeza que la guerra no es una posibilidad entre nosotres: eso es un acuerdo tácito y sagrado..


Esta mujer que soy hoy, aunque a veces se siga creyendo que tiene toda la vida por delante, toda la energía cósmica disponible, va tirando para vieja (lo digo por las arrugas, las manías y los pequeños achaques). Está que me está habitando, esta mañana, ha tenido una revelación de esas de las que ya le hablé, doctor.


«¿Sabes qué te pasa? -me dijo la voz interna mientras tomaba mi café- ¿Sabes porqué no tienes pareja? Porqué estás enamorada de ti, te encanta tu vida, lo que haces. Ya no necesitas a nadie para colmar vacíos, ya no necesitas ser la musa salvadora de ningún hombre, ni tan siquiera necesitas más compañía, porque mira que tienes compañía, madre mía, no te da la agenda…Así que no atraes pareja tal como la concebías: has roto con tu mito romántico.


Pues va ser verdad lo que dice esta vieja: ya estoy enamorada. ¿Qué me pasa, doctor?


«Esto es un caso severo de menopausia rebelde, -me respondió él un tanto preocupado- procure no salir mucho de casa para no propagar la enfermedad, es muy contagiosa….»

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